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Insultos a Oriali: Allegri, camino de la multa. Bien, pero entonces ¿por qué nada para Folorunsho?

de Ivan Cardia

A falta de sorpresas, Massimiliano Allegri será multado por el Juez Deportivo por sus ofensas a Lele Oriali. En el tramo final de la primera semifinal de la Supercopa de Italia, el técnico del AC Milan fue protagonista de un agrio rifirrafe con el dirigente del SSC Napoli —que condenó lo sucedido con un comunicado oficial—, llenando de insultos al ex mediocentro del Inter FC y de la selección italiana. “Gilip…, lameculos, idiota” fueron algunos de los improperios que Max le dedicó a Oriali: una imagen lamentable, difícil ofrecer una peor carta de presentación del fútbol italiano en el extranjero.

Justo multar a Allegri. Sobre el caso se pronunció, con tono duro, el presidente de la Federación, Gabriele Gravina, recordando precisamente esto: “Así pierde el fútbol italiano”. Y conviene dejar algo claro: si Allegri es multado, será lo correcto. No solo por el escaparate, también por su responsabilidad social: honores y cargas, como se suele decir, y en el caso de un entrenador son, al menos moralmente, incluso superiores a las de un futbolista de la Serie A. Pero también hay que ser equitativos.

Qué agravio comparativo con Folorunsho. Basta con volver a principios de diciembre: diez segundos de violencia verbal por parte del centrocampista del Cagliari contra Mario Hermoso y, por extensión, contra la madre del defensa español de la AS Roma. Cierto, no fue en un escaparate como el de la Supercopa de Italia en Riad, pero la importancia del escenario no debería marcar la diferencia. Y ambos episodios quedaron perfectamente captados por las cámaras de los respectivos estadios. Folorunsho no recibió ningún tipo de sanción por parte del Juez Deportivo, ni su comportamiento fue sometido a prueba televisiva. A nivel técnico, todo depende del acta o del trabajo de los inspectores federales: los insultos de Folorunsho no aparecieron allí; los de Allegri, todo apunta a que sí. Pero esa diferencia no basta para justificar una disparidad de trato tan clamorosa.


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