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Inter FC: la imprevisible gestión de Chivu. AC Milan: Rabiot, el hombre que no estaba. Juventus: la sombra azzurra sobre Spalletti. SSC Napoli: el McLaren de ADL. Y un par de palabras sobre AC Milan-Como, los simuladores, Fábregas…

de Fabrizio Biasin

Bienvenidos de nuevo al habitual batiburrillo semanal (¡uy, menudo batiburrillo!). Y nos gustaría empezar por “el hombre que no estaba”.

El hombre que no estaba se llama Adrien Rabiot. Adrien Rabiot llegó al AC Milan porque un buen día se lió a tortas con un compañero. Aquel día Massimiliano Allegri —que no es ningún pardillo— entendió que el mercado del Diavolo podía dar un giro, y de los grandes. Se llevó a este chico y el resto es historia, bien reciente además. Adrien Rabiot está, sin duda, entre los cinco futbolistas más determinantes de nuestra Serie A; con él en el campo, los rossoneri —Coppa Italia aparte— solo saben ganar. La otra noche sostuvo al AC Milan él solito durante una buena hora de partido; del resto se encargó otro futbolista diferencial, el que llegó desde Estados Unidos. Alguien calificó lo del AC Milan como “mal partido”; personalmente —y descontado un arranque claramente flojo— lo veo justo al revés: una declaración de intenciones. El AC Milan ya no se viene abajo al primer soplido; ahora sabe encajar los golpes. Y eso porque tiene un técnico sensato, jugadores con J mayúscula y, sobre todo, con todas las letras. Como Rabiot, sin ir más lejos.

El Como no puede perder un partido sin que se monte la romería de la polémica. Encajó cuatro ante el Inter FC, cierto. Pero lo hizo siendo fiel a sus ideas, a los principios de Fábregas, con una plantilla que no está armada para dominar el mundo y aun así intenta “jugar al fútbol”. Merece elogios, no pitorreos. Y seguirá creciendo y sumando resultados también —y quizá sobre todo— aprendiendo de equipos superiores. El proyecto es serio, no falta convicción ni valentía. El Como perdió porque se topó con un gran Inter y porque no renunció a sus principios. Y pese al marcador abultado —el tiempo lo dirá—, hizo muy bien.

Un apunte sobre la telenovela AC Milan-Como (ya no) en Perth. Era “Australia sí”, pasó a “Australia no”. Parecía que íbamos a exportar la Serie A como si fuera parmesano y, sorpresa, se cayó todo. Motivos varios: logísticos, organizativos, políticos, astrológicos. Entre otras cosas, al parecer querían imponernos árbitros locales y vaya papelón si sus trencillas lo hacían mejor que los nuestros. Hubiera sido un precedente peligrosísimo. Total, nos quedamos en casa. Mucho ruido para nada, un buen puñado de polémicas, cachondeo del bueno y, al final, la Lega Serie A obligada a buscar cuanto antes una solución alternativa y de andar por casa. Un clásico made in Italy.

Un apunte sobre la Juve de Spalletti. La llegada del bueno de Luciano al banquillo bianconero sigue moviéndose en equilibrios frágiles. El entrenador aún persigue la serenidad perdida, como si la sombra de su etapa con la Selección —marcada por presiones enormes, críticas feroces y un clima nunca del todo distendido— le pesara más de lo previsto. En la Juventus, donde el entorno es a la vez exigente (con razón) y está a la espera de una sacudida (ídem), Spalletti se muestra por momentos comedido, casi temeroso de arriesgar. Sus intenciones “de campo” se perciben, pero les cuesta asentarse: un poco por la plantilla, poco modelada a sus ideas, y un poco porque él mismo parece aún en fase de decantación emocional. En este contexto, cada paso adelante va acompañado de paso y medio hacia atrás. Y la sensación es que, hasta que no se libere del peso de la aventura azzurra, no podrá hacerse realmente con la Juve, ni la Juve podrá hacerse de verdad con él. Filosofía aparte, una cosa es segura: si tienes a Yildiz (quizá el único jugador de la plantilla actual con galones para haber mandado también en las Juventus gloriosas del pasado) y el partido es importante… lo dejas en el campo “Fino alla Fine” (cit.).

La última teatralidad de Saelemaekers reabre un tema que en el fútbol nunca pasa de moda: la simulación, o lo que se le parezca. La caída exagerada, las manos a la cara, las segundas y terceras reacciones de dolor ensayadas para convencer a árbitro, público y cámaras. Conductas un punto grotescas que no solo falsean la jugada, sino que minan la credibilidad del juego en sí. Ojo, no vamos solo contra Saelemaekers (golpe hubo, y bien), porque el problema en la Serie A está muy arraigado y afecta a todos, sin excepción. ¿Sabéis qué es lo más grotesco y paradójico? Que estos comportamientos se traten a menudo con una ligereza pasmosa, como si formaran parte del espectáculo, mientras que quien se deja llevar por un gesto instintivo —una palabra de más, una bronca, un momento de tensión— es estigmatizado sin remisión y lapidado en la plaza pública. El caso paradigmático es el de Folorunsho, un chico que se equivocó claramente —faltaría más, ciertas referencias son inadmisibles—, pero fue mediáticamente masacrado mucho más que los del piscinazo. Muchos no estarán de acuerdo, vale, pero entre una reacción impulsiva y una simulación deliberada la diferencia ética es abismal. Quien finge, exagera o intenta engañar al árbitro hace más daño que quien cae en una reprobable crisis de nervios. La simulación es una pequeña traición al juego y quizá deberíamos empezar a decirlo con más claridad.

Y cerramos.

Conte, con el partido de la otra noche, exhibió una de sus mayores virtudes: la capacidad de sacar lo mejor de los suyos justo cuando salta la emergencia. Sobresaliente. Y sobresaliente también De Laurentiis, que le ha puesto en las manos un Ferrari. Mejor dicho, por los tiempos que corren, un McLaren.

Chivu está yendo más allá. Más allá de las previsiones, más allá de lo imaginable. Ojo: no es una cuestión de resultados (para eso hay tiempo), sino de gestión. El Inter pos-Múnich, fisiológicamente, tenía muchas más opciones de perderse y, en cambio, se ha compactado aún más. Ha vuelto a ser “equipo” en el mejor sentido del término. Y eso solo puede ser mérito de un técnico al que el pasado verano veían capacitado los dirigentes que le eligieron y pocos, poquísimos más.

P. D. El penalti concedido al Liverpool nos obliga a reevaluar a nuestra clase arbitral. Poco más que añadir.

P. D. 2. Grande, grandísima Atalanta.


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